El Lío se convirtió el viernes en un pequeño y acogedor festival de cine: 251 asientos, invitados en la alfombra roja y el reconfortante crujir de las palomitas. Así, Palma vuelve a ser un poco más colorida.
Cuando el Lío junto a la playa se convierte en una sala de cine secreta
Viernes por la noche en el Paseo Marítimo: ligera brisa del mar, el golpeteo de los taxis sobre el empedrado y en el Lío un ambiente que se sitúa entre una proyección privada y una fiesta de barrio. El escenario, normalmente destinado a acróbatas y números musicales, estaba dispuesto de otra manera: hoy pantalla, filas de asientos y conversaciones animadas. Alrededor de las 19:00 las copas de champán estaban en las manos, el aroma de palomitas recién hechas flotaba en el aire y en algunas mesas se mezclaban risas y el tenue tintinear de los cubiertos. Una velada que no presumía de forma estridente, sino que mostró con amabilidad que Palma también puede ser culturalmente íntima.
Agotado, pero con ambiente familiar
251 pulseras de entrada, 251 pequeñas historias: todas las plazas se ocuparon. En la alfombra roja desfilaron rostros conocidos de la televisión, hoteleros locales y algunas estrellas de reality, pero sin grandes apariciones. Más bien como si acudieras a una proyección nocturna en casa de buenos conocidos. Dos detalles llamaron la atención: las pulseras manuscritas con los nombres y la sorprendente cantidad de invitados que ocuparon su asiento con una bolsa de palomitas en la mano. Estos gestos discretos hicieron que el glamour no resultara distante, sino cálido y casi familiar.
Música, cine y la alegría de lo pequeño
Antes de que comenzara la proyección, un cantante acompañado por un percusionista creó la atmósfera adecuada. Unos compases que no ahogaron el rumor del mar al fondo, sino que lo complementaron. Luego, tras el último crémant, se pronunció «¡Que comience la película!» y dio inicio la comedia. Se proyectó una comedia policiaca alemana de 2016: no un estreno impactante, sino una favorita del público que encajó bien en la noche veraniega. Lo más bonito: las conversaciones posteriores giraron menos en torno a las estrellas y más a los próximos eventos de la isla. El público parecía conectado, curioso y listo para más veladas de este tipo.
Organización, comunidad y perspectivas
Un organizador, visiblemente orgulloso, contó que esta había sido la sexta función agotada en este lugar. Muchas solicitudes tuvieron que rechazarse debido a la capacidad limitada. El siguiente encuentro ya está planeado, esta vez en otro punto de la isla y con apertura de puertas a última hora de la tarde. Estos formatos funcionan porque no apuestan por la cantidad, sino por el cuidado: buena música, catering sencillo, una lista de invitados seleccionada a conciencia y el timing correcto para que la gente pueda volver a casa antes de la medianoche.
Al final de la noche resonó un gran aplauso, hubo algunos selfies frente a la alfombra roja y la sensación de que Palma se está convirtiendo cada vez más en escenario de pequeños y bien organizados formatos culturales. No un festival gigante, ni una oferta desbordada, sino veladas cuidadosamente montadas que invitan a repetirse. Un consejo para los curiosos: las entradas vuelan. Quien quiera asistir la próxima vez debe ser puntual o apuntarse en la lista de espera. Y de momento: el Lío sigue siendo un lugar donde el aire de celebridad y las palomitas se sienten sorprendentemente familiares.
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